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Reflexionando en el Uber
Encontré lo que se me había perdido en un Uber

Este sábado estaba sentado en el puesto de al frente en un Uber —el del copiloto— manejando a las 11 de la noche por las calles de Bogotá. Era una noche húmeda; había llovido y el asfalto lucía de ese color negro oscuro que adquiere cuando está mojado. El ambiente era tranquilo, las calles estaban vacías, había silencio; era puente en Colombia y la ciudad estaba sola.
Y yo iba feliz.
Iba feliz, o mejor dicho: me sentía feliz.
Me sentía feliz porque no iba solo en ese Uber. Y no me refiero a que estaba acompañado con gente y entonces “no estaba solo”; me refiero a que ese Uber lo estaba compartiendo con tres amigos increíblemente cercanos y longevos de mi vida. Amigos que me han acompañado en las buenas, en las malas, en los altos y en los bajos.
Antes de mudarme a Colombia, hubiera sido misión imposible tener a los tres en el mismo carro. Y ahora, era un sábado “cualquiera” y lo habíamos logrado… pero no era un sábado cualquiera para mí.
¿Qué sentí? Muy parecido a esa sensación de: llegué a mi casa. “Estoy seguro, estoy bien, estoy acompañado”.
No estoy solo.
Yo tengo una tía —la hermana de mi papá— que se llama Pola. Una mujer extraordinaria y absolutamente brillante, fue —entre otras cosas— una de las primeras mujeres rectoras de un colegio en Colombia. ¿Uno de sus hobbies? Viajar. Ha viajado a más de 90 países y, a sus 82 años, sigue conociendo nuevos destinos y repitiendo sus favoritos (acaba de llegar de un crucero por el Danubio con sus amigas).
Una vez le pregunté: “¿Cuál es tu destino favorito?” A lo cual me respondió:
“La puerta de mi casa”.
Este sábado, pensé mucho en ella. Puede que haya muchos sitios muy especiales, muchas vistas extraordinarias, arquitectura transformadora y gastronomías sorprendentes. Pero no hay nada como estar en tu lugar, y no me refiero a un lugar geográfico; me refiero a estar con la gente importante de tu vida, los amigos que trascienden tiempo y espacio, la familia.
Después de 10 años viviendo en el extranjero, no alcanzo a explicarles lo mucho que valoro esto. Y lo relacionado que lo veo con emprender.
¿Cómo?
Emprender está directamente vinculado con la salud mental, pues, como hemos hablado antes, mientras el negocio se vuelve una empresa, el emprendedor es absolutamente indispensable en el éxito del mismo. Por ende, su salud mental está directa y proporcionalmente relacionada con el estado de su emprendimiento.
Estar en un lugar donde te sientes querido, apoyado, sostenido, seguro, es posicionarte en un lugar donde tienes los vientos a tu favor. El cariño, fuerza y amor de los que te rodean son ese “colchón” en el cual te puedes recostar en los momentos difíciles de emprender.
Muchos me preguntan: “¿Dónde es el mejor sitio para emprender?” (casi siempre pensando que voy a decir un país del primer mundo híper desarrollado) y mi respuesta es: donde te sientas querido y tengas la oportunidad.
Y hago una pequeña pausa aquí para referirme a todos los que sueñan con emprender en otros países. Más allá de decir si es una buena o mala idea (que es totalmente relativo), les quiero decir que lo más complicado de emprender por fuera es precisamente a lo que me he referido en este newsletter: la soledad.
Es una soledad distinta a la del “domingo en la casa”; es una soledad estructural que probablemente no se siente al comienzo, con toda la emoción de la mudanza. Es una soledad lenta pero segura, que va hirviendo suavecito. Yo la empecé a sentir como a los ocho años de mudarme a Miami; al final, estuve diez.
Es por eso que las migraciones exitosas normalmente se dan cuando se migra en familia o en comunidad, y por ende ese “colchón” migra también. Con ese colchón, no es que uno pueda con todo, pero definitivamente puede con más. Los gringos tienen un refrán que usan para referirse a labores grandes, como criar a un hijo o montar una empresa: “it takes a village”, que se traduce en “se necesita de una comunidad”, y a eso es a lo que me refiero.
Esa soledad es la fuerza motora detrás de Copiloto. Es la razón de ser de esta empresa: queremos precisamente acompañar a los emprendedores, estén donde estén, en la soledad que conlleva este proceso. Apoyarlos con el podcast, este newsletter, coaching, y los cursos, eventos y bootcamps que lanzaremos pronto. Aquí estamos, tu Copiloto.
En agosto me vi con un chamán (sí, un chamán) de una tribu del oriente colombiano; fue una cita mágica —en otro momento les contaré más al respecto— y le pregunté:
“¿Hice la decisión correcta mudándome a Bogotá?”
Y me respondió:
“Nosotros —los humanos— somos como las plantas, crecemos donde nos riegan. A diferencia de las plantas, no nos tienen que regar agua; nos tienen que regar amor. Llegaste a un sitio donde te vas a sentir amado, y por ende vas a florecer”.
El sábado en el Uber, por fin le entendí.
P.D.: A todos los que me dicen loco por venirme de Miami a Bogotá, les estaré enviando este link.
Mucho por aprender y mucho por hacer.
Ammiel Manevich