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El día que morí en vida.
Hace 1 año exactamente

Según los budistas, vivimos y morimos muchas veces en una sola vida. Dicen que renacemos cada mañana al abrir los ojos, vivimos durante el día… y morimos cada noche al dormir.
Cada día, una oportunidad de vivir distinto... De vivir mejor.
No sé —ni sabré— si esa teoría budista es cierta, pero sí estoy convencido de que morimos y renacemos muchas veces a lo largo de una vida. A veces, incluso, podemos señalar la fecha exacta.
El 6 de junio de 2024, hace exactamente 1 año hoy, yo morí.
Ese día, sin ningún tipo de planeación, mi vida cambió para siempre: me mudé a Colombia, después de vivir 10 años en Estados Unidos.
Si 72 horas antes —el 3 de junio— alguien me hubiera preguntado si me iría a vivir a Colombia en tres días, me habría reído y dicho un “no” rotundo. Qué ironía.
Llevaba años desubicado en mi propia vida. Viviendo en automático. Turista en mi propio cuerpo. Me sentía estancado en todo: en lo profesional, en lo personal, en lo geográfico.
Pero para ese momento, ya estaba despierto. Había tomado conciencia. Y, poco a poco, empecé a hacer cambios rotundos: Primero vendí mi negocio. Luego decidí dejar Miami.
¿Destino? Ciudad de México.
Ya tenía fecha de mudanza: el 1 de julio empezaba mi nueva vida.
Vendí los muebles, entregué el apartamento, empaqué mi ropa, doné lo que pude.
Todo listo. Ammiel se iba a México. Órale, güey.
La idea era pasar 6 meses allá, conseguir un trabajar remoto, comer muchos tacos, y seguir dirigiendo desde lejos mi empresa de eventos en Miami, Casa Whispers.
Pero un mes antes, todo cambió. Mi relación de pareja —la misma sobre la cual había construido todo el plan mexicano— se terminó.
Y como suele pasar con las rupturas, con la relación se deshicieron también los planes, las visiones, los futuros compartidos. Incluyendo México.
En ese entonces vivía en su apartamento, en plena cuenta regresiva hacia la mudanza. Recuerdo ese momento con demasiada claridad: subí al ascensor con dos maletas, lo único que me quedaba tras vaciar mi vida. No tenía casa. No tenía dirección.
No sabía a dónde ir.
Me subí al carro. Todo lo que me pertenecía cabía ahí dentro.
Empecé a manejar, y con una claridad brutal hice un recuento: ¿cómo llegué a ese momento? ¿en qué punto todo cambió? ¿qué estaba dejando atrás? ¿a dónde iba?
No sabía qué venía… pero algo en mí —¿intuición? ¿fe?— sabía que este era el comienzo de algo grande. Lo juro. No me sentía solo.
Sentía a D-os conmigo, de Copiloto.
Y sabía que algún día iba a contar esta historia.
Esa noche dormí en casa de uno de mis mejores amigos, que me abrió su hogar y su corazón. Esa madrugada, a las 2:42 am, compré mi tiquete. Me iba a donde mi familia, a Cali, Colombia. Raíz.
Me quedé un último día en Miami para resolver pendientes. Esa segunda noche, dormí en casa de otros amigos. Cuidaban a su hija recién nacida de 4 días mientras me daban terapia emocional con una paciencia y carińo que nunca olvidaré.
Aprovecho para agradecerles —de corazón— por sostenerme en esos días tan críticos.
Y así llegó el 6 de junio.
Llegué al aeropuerto con las mismas dos maletas.
El vuelo era el AV05 de Avianca, 8:05 am.

En algún momento, caminando hacia la sala de espera, me topé con esos ventanales inmensos de la Terminal J del aeropuerto de Miami. Era temprano, como las 6 am. El sol salía y la ciudad brillaba.
Y ahí, ante esa vista, caí en cuenta de varias cosas:
Ya no tengo un negocio aquí.
Ya no tengo casa aquí.
Ya no tengo novia aquí.
No tengo ninguna razón real para volver.
Tengo un vuelo en un solo sentido a Colombia.
Creo que eso significa que me estoy mudando a Colombia.
Entenderán que esta historia -la mas importante de mi vida reciente- será continuada la próxima semana en el siguiente newsletter y su relación al emprendimiento.
Por ahora, voy a celebrar mi primer año en Colombia, agradecido por este país.
Por ahora, cierro con esto: Si bien morí el 6 de junio de 2024, el 7 de junio… renací.
Mucho por aprender y mucho por hacer.
Ammiel Manevich